viernes, 10 de mayo de 2013

Un taller de jardinería muy especial

Este año, la escuela infantil a la que acude mi hijo nos propuso a los padres una actividad nueva. Consistía en que un día, un padre, una madre u otro familiar, acudiese al centro a desarrollar alguna actividad con los niños. Yo no sé tocar ningún instrumento musical ni creo poseer una habilidad especial para hacer nada atractivo para un niño, pero sí me ofrecí para organizar algo relacionado con mi profesión y con la jardinería.
Transcurrieron los meses y, por fin, en abril, me tocó el turno. La directora de la escuela y yo nos pusimos de acuerdo para que mostrase a los niños el origen vegetal de muchos de sus alimentos preferidos y después pasaríamos a plantar algunas semillas.
El viernes 19 de abril me presenté en el centro para dar "mi clase". Me resultaba curioso pensar que yo siempre he huido de impartir cursos y conferencias y, de repente me encontraba allí, dispuesta a enfrentarme a un "auditorio" de niños menores de 3 años. Los niños son auténticos, o les gustas o no, sin medias tintas y sin diplomacia alguna; si les gustaba lo que les mostrase, lo iba a notar de inmediato, y si no, también. 
Nada más entrar en el aula noté la espectación que había generado: simplemente por ser una mamá que va a su cole, la mayoría ya estaban eléctricos. Algunos de los más pequeños comenzaron a llorar nada más abrir la boca y tuvieron que irse con su profe pero la mayoría de "los mayores" me atendían con los ojos muy abiertos y pendientes de todo lo que hacía. Les mostré fotografías de las fresas y de un fresal y también de las zanahorias y una que me gustaba especialmente donde se veía una planta de zanahoria a medio desenterrar.
Estaban entusiasmados. Algunos querían tocar todas las fotos, tocar una plantita de fresas que llevé... incluso tocarme a mí. Los niños son absolutamente transparentes y sinceros en sus reacciones; a veces es una pena que perdamos ese entusiasmo y demostremos tan poco nuestras emociones.
Pero si las fotografías y las plantas les gustaron (llevé también un mandarino enano), creo que el plato fuerte fue cuando pasamos a plantar. Primero les mostré yo cómo sembraba semillas en unas jardineras: en una pusimos alubias, garbanzos y lentejas y en otra flores. A continuación les invité a sembrar sus propias semillas en un pequeño envase que se podrían llevar a casa. Evidentemente no todos se apuntaron a sembrar y, curiosamente, mi propio hijo fue de los que pasó olímpicamente del tema (en casa de herrero...).
Me encantó ver de nuevo la ilusión y el entusiasmo y sobre todo lo diferentes que son los niños: los que apenas tocaban la tierra y cogían pequeñas porciones casi con la punta de los dedos, los que "amasaban" el montón de tierra y se manchaban hasta los codos, los que casi no se atrevían a decirte qué semilla querían plantar, los que recogían garbanzos de la mesa y los echaban en la tierra a montones y se guardaban alguno en el bolsillo del mandilón.... Y mientras, alguno aprovechaba la confusión para acercarse con sigilo al mandarino y poder apretar las mandarinas, ja, ja, ja. 
La verdad es que fue una experiencia de lo más divertida y enriquecedora. Y ya puestos a soñar, me puse a pensar si, de igual modo que yo un día en el colegio planté una semilla de lenteja y después me hice ingeniera agrónoma, quien sábe cuántos futuros ingenieros, botánicos, biólogos... no habría en esa clase. Y, en cualquier caso, ensoñaciones aparte, me gusta pensar que he puesto un pequeño granito de arena para que algún día todos estos niños conozcan, respeten y protejan el Medio Ambiente.
 

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